AVISO A NAVEGANTES: Coged algo de comer y de beber, poneos cómodos y agarraos los machos, ¡porque se aproxima una entrada kilométrica!
Hace un año, el blog empezó a virar en la dirección en la que quería llevarlo: publiqué los últimos artículos sobre Criminalística y empecé a centrarme en el panorama criminológico nacional (por ejemplo mediante un post sobre el esperado Colegio de Criminólogos de Madrid, al que por cierto, seguimos esperando).
En definitiva, me empecé a centrar más en la Criminología que quería divulgar, que no necesariamente es la clásica ni la teórica, a las que estamos más acostumbrados, sino una Criminología experimental, o para que me entendáis mejor, algo basado en mis experiencias intentando salir adelante como criminóloga.
Me gusta emplear el término ‘experimental’, porque así es como me siento la mayor parte del tiempo cuando hago Criminología: es una prueba y error contínua, en la que tocas a muchas puertas y no sabes cuál se va a abrir; es como ser un loco del empirismo en una época moderna -donde se supone que todo está ya medido y calculado-, que no termina de encontrar lo que busca.
Como muchos sabéis, ahora mismo me encuentro embarcada en un proyecto de Despacho de Criminología junto a 3 estupendos compañeros de gremio (no puedo revelar aún sus identidades, son como superhéroes), y esto se lleva casi todo mi tiempo, por lo que he decidido reducir las publicaciones y retrasar otros proyectos. Hay cosas que puedo posponer o tomarme con más calma, pero la oportunidad de estar en un equipo como el de DACRIM no la voy a tener todos los días 🙂
Voy a resumir en 5 experiencias, lo que he aprendido este año haciendo una Criminología práctica, o por lo menos no limitándome a leer y a estudiar lo que otros han hecho, aunque sí teniéndolo muy presente.