Hace unos meses, el compañero criminólogo Manuel Fanega inició una campaña de recogida de firmas a traves de la plataforma online Change.org. Bajo el lema «Ciencia en la ejecución de la pena de prisión: para una sociedad más justa y segura», la campaña denunciaba la no contratación de criminólogos por parte de las instituciones públicas españolas. Esto implica que los beneficios de la criminología apenas repercuten en la sociedad, y es especialmente sangrante en el caso de Instituciones Penitenciarias, ya que las personas que estudian la carrera de Criminología no pueden usarla para opositar y trabajar en prisiones.
Fuimos muchos los que firmamos y compartimos el link a la campaña para hacer llegar esta petición lo más lejos posible. Y los resultados no se han hecho esperar: el 9 de enero, Manuel Fanega entregó en el Registro General del Ministerio del Interior más de 2.000 firmas (¡y siguen subiendo!) y mantuvo una reunión en el centro directivo de Instituciones Penitenciarias con Ángel Luis Ortiz (Secretario General) y Eugenio Arribas (Subdirector General de Recursos Humanos). Le mostraron su apoyo varias asociaciones de criminología y le acompañaron Amparo Peris Salas (presidenta de la Asociación Profesional de Criminología de la Comunidad Valenciana) y Ramón Chipirrás (representante del Colegio Profesional de la Criminología de la Comunidad de Madrid). Os dejo aquí el resumen de todo lo acontecido, ya que hoy me gustaría comentar varios aspectos del mismo.
¿Porqué no hay criminólogos en las prisiones?
En primer lugar, el propio Secretario General, don Ángel Luis Ortiz, reconoce que el ámbito penitenciario es «el lugar natural del criminólogo»; esto no os pillará por sorpresa a algunos, ya que esto ha sucedido en pasadas ocasiones en que otros compañeros se han reunido con anteriores secretarios generales de Instituciones Penitenciarias. Lo que me gustaría resaltar, es que don Ángel hace referencia a la necesidad de aclarar las funciones de cada profesional (criminólogo incluido), si es que vamos a trabajar conjuntamente en el futuro. Pero también indica que esa aclaración de funciones (que yo entiendo como una regulación o delimitación), debe provenir de una modificación de la Ley Orgánica General Penitenciaria (LOGP) y de la Ley de reestructuración de los Cuerpos Penitenciarios (la 39/1970). Como os podéis imaginar, esto no es fácil: habría que modificar dos leyes importantes para incluir al criminólogo como un profesional más en prisiones, con lo que hay que llevar este tema al Congreso (y más allá). También es interesante el hecho de que se hablase de incorporar a otros profesionales, como sociólogos (creía que ya los había) o pedagogos.
Hace unos días apareció una noticia según la cual parece que el gobierno pretende incorporar a prisiones a militares retirados (la podéis leer aquí). Esto sí que nos ha pillado por sorpresa a muchos criminólogos, que pensábamos que entrar en prisiones era un tema complicado por la cantidad de trámites necesarios, a pesar de que parece que somos los profesionales más indicados para trabajar en ese ámbito. Que cada cuál interprete la noticia como le parezca, porque de momento no hay muchos detalles al respecto; lo que me llama la atención es la disparidad en la intencionalidad de incorporar a prisiones a unos profesionales frente a otros. ¿En qué lugar quedamos los criminólogos? ¿De verdad es tan difícil salvar esos trámites para incorporar a nuevos profesionales a prisiones? Pues ni idea; los juristas sabrán.
Motivos por los que los criminólogos no podemos trabajar en las prisiones
En mi opinión, uno de los motivos por los que otros profesionales se niegan a trabajar con nosotros se debe a la pérdida de la tradición criminológica en diversos ámbitos. Por ejemplo, tal y como apunta Manuel Fanega, hace 30 años que no contratan criminólogos en prisiones; creo que esto ha hecho que se normalice la ausencia de este profesional en el ámbito penitenciario (y en otros). Como no queda nadie —o casi nadie— en activo que se acuerde de lo que es trabajar con un criminólogo, nadie se acuerda de para qué sirve la criminología. Si trasladamos este problema al momento actual, nadie sabe qué narices hace un criminólogo ni lo que puede aportar, lo que le hace llevar a término —por si las moscas— algo así como: impidamos a los criminólogos acceder a X puestos en las instituciones, no sea que nos quiten el trabajo haciendo lo que sea que hagan.
A este respecto, tenemos un problema con algunos profesionales de la psicología (suerte que no son todos porque es un placer trabajar conjuntamente) y las oficinas de atención a las víctimas. Sí, sí, no son un mito, existen, pero algunas de ellas, al menos en Madrid, no funcionan como deberían (o no funcionan en absoluto; y esto no lo digo yo, sino que son palabras de un trabajador del Ministerio de Justicia). En una de ellas había hace unos años un técnico —psicólogo— que, preguntado por la posibilidad de incorporar criminólogos a la misma, zanjó la conversación con un «esos aquí no entran». Es entonces cuando te planteas si de verdad hay gente cuyo objetivo en la vida es boicotear nuestra profesión o es que sufren el síndrome de Procusto. Me temo que nunca lo sabré.
Posibles soluciones para que haya criminología en prisiones
Entonces ¿cómo solucionamos este conflicto?… Un momento, ¿se puede llamar conflicto a algo que parece un problema unilateral, que solo lo tienen otros por ignorancia o por soberbia? Bueno, vamos a suponer que sí. Volviendo al tema de instituciones penitenciarias, dice el compañero Manuel Fanega que quizá se deba solucionar esto a nivel reglamentario, ya que es la dirección de política interna la que decide qué clase de trabajos se desarrollan en prisiones… lo cual nos lleva a una pescadilla que se muerde la cola, porque si nadie sabe —o recuerda— cuál es la utilidad de la criminología, ¿para qué contratar a sus profesionales? Este problema también lo tenemos en el sector privado (ojo, ojo, no hablo de la seguridad privada… acabáramos), ya que no saben lo que hacemos, no podemos acceder a puestos en los que encajamos perfectamente para (de)mostrar lo que hacemos, siguen sin saber lo que hacemos… y así in aeternum.
Así que el conflicto empieza con una parte de ciertos colectivos profesionales que se niegan a que se incluya al criminólogo en ciertos ámbitos, y termina con un círculo vicioso que debemos romper en algún punto. Está la cosa muy mala. Pero seguro que encontramos la manera de implicar a las Cortes en este embolao; yo no pierdo la esperanza.
Por qué algunos profesionales no quieren criminólogos
Siguiendo con el tema de los profesionales que padecen fobia a la criminología (no me atrevo a acuñar un término, que eso es cosa de psicólogos), dice don Ángel que un colectivo de profesionales de la psicología se personó a favor de la Administración penitenciaria ante un contencioso administrativo que inició el Colegio de la Criminología de la Comunidad de Madrid (aquí hay más información sobre el mismo). Pero este problema no ocurre solo con algunos psicólogos, sino también con profesionales de otros gremios. Concuerdo totalmente con Manuel Fanega cuando dice que el alumnado de Criminología tiene algunos profesores que, por un lado, les enseñan, y por otro les coartan a la hora de ejercer. Y esto va más allá, porque me han llegado a escribir estudiantes para decirme que una parte del profesorado les desanima para ejercer, e incluso, hace unos pocos años, el director de un grado en Criminología —al que tengo en mucha estima— reconoció que recibía quejas por parte de alumnos debido a que ciertos profesores les decían que la criminología no tenía futuro. ¿Se admitirían comentarios semejantes en otras carreras? ¿Se está minando la criminología desde que empieza a forjarse, en la universidad? Creo que esto es un problema grave, y que los responsables de los departamentos de Criminología deberían poner medios para detectar y evitar esta clase de injerencias.
Estoy plenamente de acuerdo con la opinión de Manuel Fanega respecto a que los criminólogos —estudiantes o egresados— debemos aunar fuerzas a la hora de exponer por qué somos profesionales idóneos para trabajar en prisiones, y en otros ámbitos cuya labor coincide con los objetos de estudio de nuestra ciencia. Pero este no es un reto que excluya a los criminólogos académicos, que también son profesionales, y cuya labor es fundamental para que las personas que estudian esta carrera puedan ejercer en más ámbitos en el futuro; son responsables de velar por el alumnado desde su primer contacto con la criminología.
Conclusión
Para terminar, me gustaría exponer una breve reflexión acerca de aunar fuerzas y colaborar en el gremio de la criminología: nuestro mayor enemigo no es el colectivo de profesionales que no nos quieren; no es el profesorado que desanima a l@s futur@s criminólog@s; no es la institución que no nos contrata ni la ley que no nos contempla. Nuestro mayor enemigo es la normalización de nuestra situación; es lo que nos lleva a enfrentarla, unas veces, con pasividad, y otras, con una ferocidad muy poco constructiva. Creo firmemente en los esfuerzos constantes y sostenibles.
Hay gente que ya ha hablado largo y tendido sobre este fenómeno, pero la persecución del objetivo de que nuestra profesión salga adelante, parece que lleva a algunas personas a anteponer una necesidad personal de que se les reconozca un mérito. No perdamos el norte por recibir halagos a corto plazo, porque el verdadero premio no es ese; es el de tener una profesión con más futuro que el que tiene ahora, es el de recuperar los puestos que nos pertenecieron una vez y es el de conquistar nuevos espacios en los que ejercer. Para todo eso es necesario dejar de lado el cortoplacismo y apostar por la cooperación, y por mi parte, estoy deseando formar parte de un gremio mucho más cohesionado, con gente dispuesta a sentarse alrededor de una mesa —como iguales— a proponer soluciones y mejores prácticas para salvar los obstáculos de la criminología; todo ello, dejando de lado las pretensiones particulares que pudieran alejarles(nos) del objetivo real.
Soy consciente de que mi visión sobre este asunto se puede tildar de utópica, pero sigo pensando que, de habernos dedicado a sumar apoyos, probablemente la criminología estaría ahora más normalizada en nuestro país. Es cierto, somos un gremio muy variopinto, pero ¿no han conseguido otras profesiones abrirse paso a pesar de sus diferencias? ¿No habrá alguna manera de ponernos de acuerdo para demostrarle nuestra valía a las instituciones donde queremos trabajar? También soy plenamente consciente de que, el día que consigamos trabajar en prisiones o en otros ámbitos similares, puede que yo ya no me beneficie de ello; puede que ya no tenga edad para opositar o que, por el motivo que sea, no me interese. Pero eso no me impide ver que, sin romper ciertas barreras para las futuras generaciones de criminólog@s, nuestra ciencia no va a prosperar como merece, o dicho de otra forma, la sociedad seguirá sin beneficiarse de ella. Aunque, como individuo, no me beneficie directamente de ciertos logros del colectivo quiero luchar igualmente por ellos. Algún vicio hay que tener.
Hasta la próxima entrada.
Posdata: gracias a Manuel Fanega por la iniciativa. Espero que la cosa prospere y tengamos una alegría pronto.
Posdata 2: si está leyendo esto y es un profesional afectado por la fobia a la criminología, no se preocupe; estamos con usted, y su delicada situación es objeto de nuestra máxima preocupación (a los criminólogos nos preocupan todas las víctimas). Debe ser usted paciente. Tarde o temprano, nuestra profesión será regulada —como en Portugal— y ya no tendrá nada que temer: dejará de ser presa de pesadillas en las que le persigue un criminólogo, contrato de trabajo en mano. Ya lo verá.
No te lo tomes como algo personal: el corporativismo tiene una característica que es evitar que otros entren en tu coto de trabajo, echando el morro que sea necesario («esos aquí no entran»). Si conseguís un diputado o un senador quizás tengáis opciones (con otros colectivos a pasado).
Saludos
Es cierto, solo cumplen su cometido de acuerdo a dicho corporativismo (y hasta dan un poquillo de envidia). ¡Saludos!