Buenos días a todos.
Mientras sigue la huelga de técnicos instaladores de ADSL, me las ingenio para publicar hoy otra nueva entrada para la serie ‘Personajes’; eso sí, antes permitidme una breve (lo prometo) reflexión.
Se acercan las elecciones municipales de Madrid, y de las generales nos separan unos pocos meses, por lo que el panorama político está más revuelto de lo habitual. Si hay algo seguro es que nuestros nuevos dirigentes (sean nuevos de verdad o no tanto) van a tener que enfrentarse a muchos problemas, y por supuesto entre ellos siempre podemos encontrar la criminalidad y la Justicia, por lo que el otro día me puse a pensar en lo que nos gustaría a los criminólogos -y a tantos otros profesionales- tener un Ministro de Justicia concienciado de verdad con este tema y con las dificultades que entraña, o al menos ducho en temas jurídicos, penitenciarios y sociales… Al fin y al cabo, si la criminalidad es un problema social, ¿no sería lógico que también tuviéramos una Justicia social? Hablo por supuesto de una Justicia y un Sistema Penitenciario pensado por y para las personas, en las que no todo sean penas, multas e indemnizaciones.
Me da la impresión (lo mismo son cosas mías, ¿eh?) de que nunca hemos tenido un Ministro de Justicia que se preocupe por exprimir al máximo la justicia restaurativa, la mediación, las resocialización y la reeducación de las personas que están en prisión, y que han de salir el día de mañana. O quizá sí existió ese Ministro…
Hoy quiero hablaros de Mariano Ruiz Funes, que seguro que también tenía sus cosas, pero no se puede negar que dejó una huella tanto en la Criminología española, como en la mexicana.
Mariano Ruiz Funes no era estrictamente un criminólogo, ¡pero qué más da! Aportó tantas cosas al ámbito criminológico, al penitenciario y al mundo de la justicia que poco más se le puede pedir.
Le interesaba mucho el fenómeno criminal, y en especial el delincuente menor de edad. Una gran parte de su obra refleja estos intereses, y entre sus libros más destacados se pueden citar «Ultimos estudios Criminológicos», «La crisis de la prisión» o «La criminalidad y las secreciones internas» (recibió el premio Lombroso por este último título, en el que expone sus ideas sobre las explicaciones biologicistas del crimen).
Dicen de él que era un orador y un escritor sublime, y que era muy respetado como profesor universitario, una labor que desarrolló desde muy jóven, al conseguir la cátedra de Derecho Penal en Murcia, su ciudad natal. También formó parte del Instituto de Estudios Penales de Madrid, donde se formaban médicos forenses, jueces, fiscales, abogados…
Más allá de su labor como docente, desarrolló lo que pudo su carrera política, y digo lo que pudo porque no pasó mucho tiempo hasta que estalló la Guerra Civil y tuvo que exiliarse a México. Poco antes del conflicto, había entrado en el gabinete de Manuel Azaña como Ministro de Justicia, cargo que desempeñó hasta entrada la guerra.
México supo acoger al señor Ruiz Funes como merecía, ya que poco después de su llegada, y tras una breve escala en Cuba, donde todavía se le recuerda, fue nombrado profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México y catedrático de Criminología en Xalapa (Veracruz). Desde allí publica gran parte de su obra literaria y de sus artículos, lo que le hace ganar muchos adeptos en América Latina: le llaman para dar conferencias por múltiples países y no son pocas las sociedades científicas y Universidades latinoamericanas las que le nombran Profesor Honorario o Académico (México, Argentina, Cuba, Guatemala, El Salvador, Perú y Venezuela).
Muchos han elogiado sus clases, su método educativo y su programa de Criminología en la cátedra de México, hasta el punto de compararlo con la formación criminológica italiana, que al parecer, era de lo mejorcito que había. A Ruiz Funes le gustaba tener una visión amplia de la Criminología y les transmitía a sus alumnos conocimientos de Antropología Criminal, Sociología Criminal y Psicología criminal a partes iguales, ya que para él, la Criminología debía abarcar todos los aspectos humanos posibles con el fin de lograr su objetivo, «comprender el delito para reducirlo o evitarlo«.
¿No es increíble que un Ministro de Justicia español se preocupase por la prevención de la delincuencia? ¿y no es aún más increíble que no hablase de «eliminar el delito» sino de reducirlo?
Incluso en su libro «La crisis de la prisión» habla de un sistema penitenciario más humano y centrado en la reeducación y reinserción de los presos (otro tema es lo que propondría para los no-reinsertables), lo cual no deja de ser otra prueba de que Mariano Funes fue, en cierto modo, un adelantado a su tiempo. También critica las penas carcelarias con argumentos irrebatibles, como cuando dice que «la prisión contiene, pero no corrige. Cumple un fin que no es un fin. Constituye un obstáculo negativo, pero no llena ninguna función positiva. Mantiene al hombre apartado de la sociedad, pero no crea en él aquellas disposiciones sociales cuya carencia puso de relieve el delito. (…) Lo degrada y lo embrutece. Lo devuelve a la sociedad estigmatizado, sin más opción que la reincidencia«.
Aboga por un sistema penitenciario con más medios y profesionales mejor formados, que pueda estudiar a cada interno de manera individual, prestando especial ateción al tratamiento y la observación, al mismo tiempo que se estudia la personalidad del reo mediante examenes criminológicos clínicos.
¿Qué hubiera pasado si Mariano Funes hubiera seguido en su puesto de Ministro de Justicia y la Criminología como disciplina científica y carrera universitaria, no hubiese desaparecido de España con la llegada de la Guerra Civil? Me temo que nunca lo sabremos, pero es bonito soñar con que un día tengamos un Ministro de Justicia que le llegue a la suela del zapato a este señor. Creo que por ahora, y tal y como está el patio, me conformaría con eso.