Cuando estudiaba la carrera de Criminología, una de las cosas que más me llamaron la atención fueron las ideas de Thomas de Quincey, a quien ya dediqué hace tiempo una entrada. En concreto me estoy refiriendo a sus teorías acerca de la ‘belleza’ de ciertos crímenes, que evidentemente solían ser asesinatos.
Las situaciones que estoy experimentando los últimos meses gracias a las investigaciones que llevamos a cabo a través del despacho de Criminología, y que tienen que ver precisamente con el esclarecimiento de un delito, me están ayudando a comprender mejor a qué se refería exactamente Thomas de Quincey. Es cierto que los asesinatos tienen un componente estético, o una ‘belleza’ si lo queréis llamar así.
Ahora mismo me viene a la mente un libro (incunable muy recomendado del que me gustaría hablar en detalle más adelante) llamado ‘El arte de matar’; no os dejéis engañar por el título porque no es una especie de manual del asesino en serie, sino una magnífica compilación de Daniel Sueiro, de todas las formas de pena capital que ha habido a lo largo de la historia en los diferentes países del mundo. Si realmente existiese un ‘arte de matar’, en el sentido estricto de la frase, ¿cómo sería?, ¿cómo podría entenderse o ‘apreciarse’?
Reflexionando sobre la criminodinamia analizada en mi trabajo actual, y también observando las pruebas forenses desde un punto de vista diferente, soy consciente de que el lugar de los hechos realmente puede compararse con un escenario (supongo que por algo hemos importado de los países anglosajones aquello de ‘escenario del crimen’). No hablo en sentido figurado, sino que creo que se puede comparar verdaderamente con el escenario de una ópera o un teatro, con sus actos, sus descansos, sus actores, sus bambalinas e incluso su atrezzo.
El escenario es limitado y no siempre hay público (testigos), pero cuando lo hay, cada espectador tiene una forma diferente de interpretar lo que ocurre en la ‘obra’. Por otro lado, los actores (implicados) hacen gala de todo tipo de artes, desde el ballet (caminar de puntillas), hasta el transformismo (uso de elementos para no ser reconocidos), pasando por la interpretación teatral (declaraciones). Cada uno tiene un papel muy marcado que sólo él/ella conoce, es decir, que sólo él/ella puede interpretar.
Al mismo tiempo, los actores pueden realizar lo que se conoce como performance, y mientras actúan pueden pintar sobre un lienzo (dejando manchas y huellas). Tras la actuación, llega la hora de interpretar, y ahí es donde comienza la labor del investigador, que aún habiéndose perdido la obra en directo (¡qué fácil sería todo de lo contrario!), debe escribir una crítica de la misma (informe criminológico o pericial) .
Si bien el arte es subjetivo, y dos personas frente a una misma obra pueden entender o percibir cosas completamente diferentes, los lienzos que se pintan durante la comisión de un crimen aportan datos objetivos que simplemente hay que saber descifrar. Para ello suele bastar con una serie de conocimientos y buen ojo. El investigador pasa entonces de crítico a restaurador de arte, puesto que debe reconocer partes de una pieza que ya no están (tiene que reconstruir los hechos).
Se puede percibir una cierta belleza en las manchas de sangre, aunque comprenderlas es otra historia, y sin duda es una belleza terrible: un estudio hematológico permite ver en las pisadas el que en muchas ocasiones es el último baile de una víctima, y la última actuación de un agresor. Comprender cómo se movían, por dónde se desplazaron o a qué velocidad lo hicieron, es sin duda un arte, ya que es una labor minuciosa en la que primero se observa como un espectador -sin juzgar ni analizar-, y luego se lee concienzudamente con el fin de interpretar lo que ha pasado; creo que se puede asemejar mucho al trabajo del experto en pintura o del crítico literario.
Por otro lado, y acercándome más a la visión de esta belleza criminal que tenía De Quincey, el papel del agresor es en sí un arte interpretativo, ya que tras su debut tiene que adoptar otras caras, otras personalidades, e idear otras versiones de lo ocurrido. Por decirlo de alguna manera, los más audaces (los que estrangulan o acaban con su víctima con un arma blanca), tienen que interpretar a varios personajes bajo una misma piel: el calculador o el colérico, el despiadado o el explosivo, el avergonzado o el que niega la realidad, el que quiere pasar por víctima o el que se viene abajo por la pesada carga que tiene que callar…
Thomas de Quincey no le dio tanta importancia al papel de la víctima, pero sin duda es tanto o más importante que el del agresor. Cuántas cosas podría ayudarnos a comprender.
Gracias por este interesante artículo.
En la revista Desde el Sótano hemos compartido este enlace para que nuestros lectores, jugadores de «Rol Negro», también puedan disfrutarlo.
A vosotros por leer 🙂
Me parece interesante añadir un poco de Criminología al rol o los juegos de mesa; sin duda puede hacer las partidas más interesantes o le puede servir a un máster 😉