Hace unos días escribí un texto inspirada por dos interesantes artículos de Criminología y Justicia. Uno de ellos es el de David Buil, «Para ser criminólogo hay que ser criminólogo«, y otro es el de Rubén Sánchez Pérez, «Orgulloso de ser criminólogo«.
La verdad es que recomiendo leerlos ambos porque me parece un debate muy necesario, y aunque seguramente es un tema que se lleva tratando mucho tiempo dentro del colectivo, considero que las nuevas generaciones también tenemos que hablar sobre ello.
El artículo que escribí se llama ‘¿Qué significa ser criminólogo?‘ y ya se puede leer en Criminología y Justicia, donde espero ir publicando otros dentro de poco. Gracias a Jose Manuel Servera por la maquetación del esquema que acompaña al artículo, porque el mío era mucho más cutre 😉
Edito, a febrero de 2020: mi opinión sobre este aspecto se ha transformado, fruto de la madurez que uno adquiere con el ejercicio de la profesión y de la reflexión pausada que ofrece este debate desde una perspectiva a largo plazo. Me gustaría matizar que considero criminólogos a muchos de los que me han enseñado, con su título propio, porque han seguido ejerciendo la profesión y ya tenían una licenciatura afín antes de estudiar Criminología. No los valoro tanto por su formación, sino porque han sido pioneros ejerciendo la criminología y porque han estado dando clases de ello para formar a otros (entre los que me incluyo). Sé que hacer excepciones puede ser motivo de polémica para mucha gente, pero realmente no creo que pueda ni deba despreciarse la aportación al reconocimiento de la criminología que han hecho algunas de estas personas. ¿De verdad está el gremio como para permitirse «apartar» a ciertos miembros? Personalmente, hoy por hoy eso me generaría una gran desolación.