La entrada de hoy es algo atípica, porque se trata de un resumen del libro «Las prisiones», publicado en 1887 por Piotr Kropotkin (conocido por ser uno de los teóricos clásicos del anarquismo). Lo leí hace casi un año y tomé muchas notas porque me pareció de sumo interés criminológico; incluso diría que está a la altura de algunas obras de Bandura, Quetelet, Ferri y otros grandes de la criminología que estudiamos en la carrera.
Si os interesa profundizar en este tema, «Las prisiones» (de apenas 30 páginas en PDF) se puede encontrar fácilmente en Internet porque ya hace tiempo que es de dominio público. Así que he pasado a limpio todas las notas del cuaderno y esto es lo que ha salido. He marcado algunas frases en negrita porque creo que son especialmente significativas para los criminólogos. ¡Espero que lo disfrutéis!
CAPÍTULO 1
Kropotkin critica el enorme gasto que suponen las prisiones para los ciudadanos, la falta de seguimiento e información en prensa (salvo escándalos), y se pregunta: ¿quién se ocupa de obtener resultados en las cárceles?
Hace referencia a la indiferencia (cuando no odio) de la sociedad respecto a los detenidos, y menciona las altas cifras de reincidencia, especialmente entre los reos de asesinato (del 42 al 45%) y de robo (del 70 al 72%). Cita a Lombroso para que se tenga en cuenta lo que dicen los que estudian y conocen la criminalidad… ¡Los criminólogos! Si se estudiase e hiciese un seguimiento más detallado, se vería que, prácticamente, todos los reos acaban reincidiendo.
Kropotkin llega a la conclusión de que las prisiones son una suerte de centros de educación para criminales, que solo les enseñan a reincidir. Menciona que todos los “escritores criminalístas”i están de acuerdo en que los reincidentes que vuelven a prisión lo hacen por haber cometido un crimen peor que el anterior (o el primero). El autor habla de la invariabilidad de la criminalidad, incluso habiéndose abolido la pena de muerte en Italia (no afectó al número de asesinatos). Cree que la introducción de reformas penales y penitenciarias (endurecimiento) no influye en la criminalidad ni en la reincidencia. “La prisión mata en el hombre todas las cualidades que le hacen más propio para la vida en sociedad”.
CAPÍTULO 2
El autor dice que hay un hecho constante preocupante: “ninguno de los presos reconoce que la pena que se le ha impuesto es justa”. Y añade la afirmación impactante de un preso: “los pequeños rateros aquí están; los grandes viven libres, gozan del aprecio del público”. Kropotkin habla del tráfico de tabaco en las prisiones, ya que en la gran mayoría estaba prohibido, y explica cómo se conseguía por medio de carceleros y contratistas.
Denuncia el trabajo de los prisioneros, pésimamente remunerado y que no hace funcionar sus facultades mentales, como una explotación laboral que no tenía ninguna función moralizadora. Habla de que pocos presos podían permitirse estudiar en prisión, aún cuando tenían una pasión, porque debían trabajar miserablemente para costearse “un libro a final de mes”. Kropotkin dice que “los que imaginaron las prisiones hicieron todo lo posible por interrumpir la relación entre el prisionero y la ciudad”; así era muy difícil no estar cada vez más desconectado de la vida exterior y, por lo tanto, tener pasiones. La carencia de visitas de la familia y amigos privan al preso de esa conexión con la vida exterior, tan necesaria.
Kropotkin denuncia que el cerebro y el cuerpo de los presos se degradan en las prisiones: los oficios se olvidan, el interés por las cosas se pierde, la energía física decae… Pone el ejemplo de un estudio que dice que en prisión prospera el aprendizaje de lenguas pero los reos son incapaces de aprender matemáticas; el autor lo achaca a la pobre estimulación de la actividad cerebral.
Dice que la prisión también merma voluntad (ya de por sí escasa en personas que han terminado allí, que sucumbieron a tentaciones y pasiones).
Los presos solo deben obedecer para evitar castigos, no pueden elegir libremente entre, por ejemplo, dos opciones, lo que mejoraría su capacidad para elegir voluntaria y responsablemente. Así no podrá resistir nada cuando salga de prisión, porque tendrá la voluntad anulada. A los presos se les anula así por un motivo concreto: para confinar al mayor número posible de ellos con el menos número de guardianes. Se economiza al máximo pero luego se exige mucho (que los presos sean, el día que salgan, los ciudadanos que demanda la sociedad).
El autor destaca la falta de apoyo y acompañamiento al salir de prisión, lo cual hace que mucha gente vuelva a reincidir; están acostumbrados a la vida carcelaria y no pueden adaptarse a la vida en libertad, pues no se les prepara para ello.
Kropotkin habla de casos horribles de suicidio en las prisiones por no poder soportar el aislamiento (por ejemplo, celdas de castigo, etc.), y también menciona cómo no es posible para los vigilantes ser apreciados por los presos, porque al trabajar en ese ambiente hostil, “no pueden ser modelos de atención y humanidad”. Los presos acaban diferenciando dos partes de la sociedad: el mundo exterior al que no pertenecen (conocido y relacionado con los vigilantes y trabajadores de la prisión), y el suyo.
CAPÍTULO 3
Kropotkin cree que las prisiones influyen de varias maneras sobre el reo, pero ninguna le prepara para volver a la sociedad ni le hace ser mejor, porque ninguna fomenta su desarrollo intelectual y moral. La prisión no impide que haya crímenes ni impide que haya reincidencia.
El autor hace una reflexión relacionada con los últimos avances de la medicina: respecto a la enfermedad, se ha descubierto que es mejor invertir en prevenirla o evitarla que en curarla (pues no siempre se puede). “La higiene es el mejor de los médicos”. Así pues, lo mejor para el crimen es hacer lo mismo, evitarlo y prevenirlo, y eso es lo que propone una escuela (disciplina científica): la criminología. También nombra, en segundo lugar, a los psicólogos y, en tercer lugar, a los sociólogos. Dice que en la literatura y trabajos de los criminólogos como Ferri, Garófalo, Poletti y, hasta cierto punto, Lombroso, está la clave.
Hay tres causas para el crimen: físicas, antropológicas y sociales. Empieza comentando las causas físicasii, que son las menos comunes: utiliza un símil en el que compara las cartas sin dirección postal, que se pierden todos los años, con los asesinatos anuales, cuyo número puede predecirse, con bastante precisión, si se estudian estadísticas de años anteriores. Si aumenta o disminuye alguno de los factores que agravan ciertos crímenes, también se puede pronosticar su variación.
Cita un trabajo de S. A. Hill (La naturaleza, 1884) sobre actos violentos y suicidios en India, que hace referencia al calor y al mayor nerviosismo de las personas. Hill habla de cómo predecir, bastante exactamente, asesinatos y suicidios (se multiplica por 7 la temperatura media del mes y se le agrega al producto la humedad media; se multiplica por 2 esta suma y el resultado está muy cerca del número de asesinatos/suicidios cometidos dicho mesiii).
Kropotkin dice que en verano hay más violencia contra las personas, y en invierno, contra la propiedad; que esto lo sabe la ciencia moderna. Destaca las curvas trazadas por Ferri, en las que compara temperatura y criminalidad a lo largo del año, y cómo coinciden sorprendentemente. Dice que los factores físicos se complican porque entran en juego los factores sociales, y para ello pone el ejemplo de las cosechas: si en verano (con tiempo pesado) son buenas, los campesinos estarán más contentos y habrá menos rencillas, pero con el mismo clima y una mala cosecha el crimen se dispara.
Luego habla de las causas antropológicas (del cuerpo y el cerebro): no se puede admitir la conclusión de Lombroso, especialmente la de su obra de 1879 sobre el aumento de la criminalidad. Pero se pueden estudiar los hechos que propone e interpretarlos de otro modo. Se puede admitir que gran parte de la población penitenciaria tenga alguna patología cerebral, pero no se pueden tomar medidas contra ellos antes de delinquir. Dice que las enfermedades del cerebro pueden favorecer el desarrollo de una inclinación al crimen, pero no es obligado; todo depende del individuo. El autor habla acerca de la necesidad de tratar adecuadamente a los enfermos mentales y no meterles en prisión sin más, porque eso agrava su condición.
Cita los trabajos de Mansdley sobre la “responsabilidad de la locura”, y concluye que los enfermos mentales no pueden ser responsables.
Kropotkin dice que las prisiones son el fruto de ideas propias de logistas y jacobinos, que creen que el crimen puede evitarse y anularse mediante el castigo. El autor descarta la idea de sustituir las cárceles por “casas de curación” y dice que, si se dejase a los presos en manos de médicos y pedagogos, sería todavía peor. Habla de que los presos de hoy no han tenido ayuda para desarrollar facultades del corazón e inteligencia, y necesitan correctivos en libertad, con ayuda fraternal para desarrollarse como no lo hicieron antes de delinquir. Habla de la importancia de analizar las causas del crimen que comente un hombre, porque se suele descubrir que llevaba “trabajando” largo tiempoiv.
El autor habla de la herencia criminal de la que hablan algunos criminólogos, y dice que de los padres solo se heredan rasgos más bien sociales, que pueden propiciar el comportamiento antisocial (por ejemplo, el gusto por el riesgo, algo que se ve mucho en las prisiones, o la vanidad exacerbada, el ser necio…).
CAPÍTULO 4
Cree que las causas fisiológicas no son las que menos contribuyen a que un individuo delinca, pero tampoco son la única causa de la criminalidad, como decía la escuela lombrosiana.
Ahora habla de las causas sociales, las más probables de la criminalidad: la sociedad debiera ser responsable de los actos criminales de algunos de sus integrantes (dice que en el pasado se hacía en las comunidades bárbaras en época romana).
El autor relaciona entorno infantil pobre con delincuencia, y también el paro juvenil. Cree que la verdadera causa del acto antisocial y la criminalidad es la sociedad, donde impera el culto al dinero y la holgazanería, la competencia desmedida, etc. Dice que la criminalidad decaerá en gran medida (o totalmente) cuando todo el mundo trabaje en algo según su inclinación, se modifiquen las reglas que relacionan el capital y el trabajo, y la gente trabaje con su cuerpo e intelecto en provecho de la comunidad.
El autor cree que cuando los goces que procuran el arte y la ciencia sean una necesidad, habrá muy pocos casos de rotura de reglas morales (además de cuando se cumpla lo del párrafo anterior).
Kropotkin dice que dos terceras partes de los reclusos de las prisiones cometieron delitos contra la propiedad, y que estos desaparecerían con la propiedad individual; en cuanto a los crímenes contra las personas, disminuyen según aumenta la sociabilidad, y lo que queda podrá atajarse cuando nos ocupemos de sus causas y no de sus efectos. Respecto a aquellos individuos que, aún así, tiendan a delinquir por tener pasiones más intensas, cree que hay que redirigirlas hacia cosas mejores.
Habla del aislamiento y el individualismo que fomenta nuestra forma de vivir, que no ayuda a la gente a conocerse, ayudarse y tener puntos en común; esto facilitaría aún más la reducción de comportamientos antisociales. Pone un ejemplo con “alienados” para responder a la cuestión de los supuestos intratables; hay que integrarlos en familias como uno más, y que puedan trabajar en el campo (al aire libre), porque esto hace de ellos ciudadanos de provecho. Cree que esta integración efectiva, el tratamiento y el acompañamiento fraternal pueden aplicarse, igualmente, a los criminales que no son enfermos mentales.
Kropotkin opina que las prisiones y la pena capital existen porque hay asalariados que se prestan a ser carceleros o verdugos, pero que si fuera el juez (el que dicta la sentencia) el encargado de vigilar o ajusticiar a los reos, las prisiones aparecerían como una solución insensata, y la pena de muerte sería un acto criminal.
Respecto a la pena de muerte (el “asesinato legal”), dice que viene del ojo por ojo de la Biblia, y es inútil y perjudicial para la sociedad. Añade que, al abolir la pena de muerte, en ninguna parte se ha notado el aumento de asesinatos, por lo que no vale para nada, excepto para envilecer a la sociedad.
Conclusión de Las prisiones de Kropotkin
Kropotkin concluye que las prisiones no impide el crimen, sino que lo aumentan. Tampoco mejoran a los presos, y deben desaparecer como tales, porque no consiguen lo que se proponen. No importa lo que se reforme la prisión, porque sigue siendo una privación de libertad. Dice que esto no es una utopía, porque ya se ha hecho con individuos aislados y se podría generalizar. El actual sistema solo perpetúa la barbarie y genera más crimen. El sistema es un crimen en sí.
i Esto es una mala traducción; se refiere a los criminólogos.
ii En realidad se refiere a causas ambientales, como el clima.
iii Tengo pendiente buscar ese libro y probar ese método para ver cómo funciona.
iv Las comillas son mías; estoy casi segura de que se refiere a lo que hoy conocemos como escalada criminal, antecedentes, etc.